domingo, 22 de febrero de 2009

John Donne 03

Dame, oh Señor, un temor del cual no deba temer.
He hablado con muchas personas cuyas vidas están definidas por el sufrimiento. En todos los casos me describen la crisis de temor, la crisis de significado y la crisis de muerte. La razón principal por la cual vuelvo una y otra vez a Devotions de Donne, como lo hice en la noche del funeral de David, es porque el libro relata en detalle cada crisis y añade nuevas perspectivas a estos sufrimientos principales con el misterio del dolor.
Hasta cuento voy de visita, siento temor cada vez que abro las puertas de un hospital y al respirar huelo ese característico olor a  antiséptico. Mi amigo David me contó lo que es yacer en una cama, en una habitación privada, sin nada que hacer excepto concentrarse en la miseria. Repasó mentalmente todo lo que perdería cuando muriera, y todo lo que había perdido mientras vivía. Afuera, en los pasillos,  escuchaba a las enfermeras y a los médicos discutiendo su caso en voz baja. Lo pinchaban todos los días para hacerle pruebas en el cuerpo apenas entendía.
John Donne también describe la sensación de desconexión que se siente cuando los médicos rondan alrededor del paciente. Cuando sentía temor hacia el médico, sus propios miedos subían a la superficie: “me adelantaba a él, lo sobrepasaba en su temor”. Como paciente, se sentía como un objeto, como un mapa abierto sobre una mesa, al cual los cosmógrafos estudiaban minuciosamente. Se imaginó separado de su propio cuerpo, volando por encima de él, desde donde podía observar la figura que se desintegraba sobre la cama. A medida que la enfermedad avanzaba le parecía una estatua de arcilla cuyos miembros y carne se deshacían y se convertían en un puñado de arena. Pronto, no quedaría nada más que un montón de huesos.
La mayor parte del tiempo, Donne tenía que luchar contra estos miedos a solas porque, en aquella época, los médicos ponían en cuarentena a los paciente con enfermedades infecciosas, pegando un aviso de advertencia en la puerta. (algunos, en los tiempos modernos, piden este mismo tratamiento para los pacientes de SIDA como David.) Mientras Donne yacía encerrado, se preguntaba si Dios, también, participaría de la cuarentena. Clamó, pero no recibió respuesta. ¿Adónde estaba la prometida presencia de Dios?¿y su consuelo? En cada una de las veintitrés meditaciones, Donne da vueltas alrededor del tema principal que se encuentra subyacente en su sufrimiento. Su verdadero temor no era el clamor metálico del dolor en todas las células de su cuerpo; tenía temor de Dios.
Donne hizo la pregunta que se hacen todos los que sufren: ¿por qué a mi?. EL calvinismo, con su énfasis en la absoluta soberanía de Dios, todavía era algo nuevo y Donne medita en la noción de las plagas y guerras como “ángeles de Dios”. Pronto retrocede: “Seguramente no eres tú, no es tu mano”. La espada devoradora, el fuego consumidor, los vientos del desierto, las enfermedades del cuerpo, todo lo que afligió a Job venía de las manos de Satanás; no eres tú”. Sin embargo, nunca se sintió seguro, y la causa desconocida le producía un tormento interior aun más grande. La culpa de su manchado pasado merodeaba cerca, como un demonio receloso. Tal vez realmente estaba sufriendo como resultado de su pecado. Y si era así, ¿era mejor quedar marcado por Dios o que no nos visitara en absoluto? ¿cómo podía adorar o amar a semejante Dios?
Cité algunos de estos pasajes en el funeral de David porque en aquel entonces los pacientes de SIDA recibían una continua lluvia de juicio de parte de la iglesia. Al igual que Donne, encontré alivio al ver que Jesús jamás se volvió hacia una persona sufriente para decirle: “te lo mereces!!”. En cambio ofreció perdón y sanidad.
Al igual que Donne, encontré alivio al ver que Jesús jamás se volvió hacia una persona sufriente para decirle: “te lo mereces!!”. En cambio ofreció perdón y sanidad.
El libro de Donne nunca resuelve las preguntas como ¿por qué a mi?, y luego de años de investigar acerca del problema del dolor, estoy convencido de que ninguno de nosotros podemos resolverlas. Con seguridad, la Biblia no nos da una respuesta clara. He estudiado con detenimiento cada pasaje acerca del sufrimiento, y hasta en el discurso que Dios le da a Job, en un momento que requiere imperiosamente esta respuesta, Dios se refrena. Jesús contradijo las herméticas teorías de los fariseos de que el sufrimiento les viene a aquellos que se lo merecen, pero evadió directamente las respuesta referida a la causa. La respuesta a las preguntas de “por qué” se encuentra fuera del alcance de la humanidad, ¿no fue ese el mensaje básico que Dios le dio a Job?
Aunque Devotions no responde las preguntas filosóficas, registra la determinación emocional de Donne, un movimiento gradual hacia la paz. Al comienzo, confinado a la cama, orando sin cesar sin recibir respuesta, contemplando la muerte, regurgitando la culpa, no puede encontrar alivio para el temor. Obsesionado revisa cada aparición de la palabra temor en la Biblia. Al hacerlo se le hace la luz en cuanto a que la vida siempre incluirá circunstancian que inciten al dolor: si no es la enfermedad, serán las privaciones económicas, si no es la pobreza, será el rechazo, si no es la soledad, será el fracaso. En semejante mundo, Donne tiene una opción: temer a Dios o temer a todo lo demás.
En un pasaje que nos recuerda la letanía de Pablo en Romanos 8 (“por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida… nos podrá separar del amor de Dios”), Donne repasa sus miedos potenciales. Los enemigos personales no representan una amenaza porque Dios puede suplir. ¿la muerte? Incluso esto, el peor de los miedos humanos, no ofrece una barrera en contra del amor de Dios. Donne llega a la conclusión de que su mejor opción es cultivar un apropiado temor del Señor, un temor que suplante a todos los demás.: “así como me habéis dado un arrepentimiento del cual no debo arrepentirme, dadme, oh Señor, un temor del cual no deba temer”. Aprendí de Donne, al enfrentarme a las dudas, a revisar las alternativas. Si por cualquier razón me niego a confiar en Dios, ¿en quién puedo confiar?
En su discusión con Dios, Donne cambia las preguntas. Comenzó preguntando por la causa: ¿quién provocó esta enfermedad, esta plaga? Y ¿por qué?, para lo cual no encuentra respuesta. Las meditaciones se mueven gradualmente hacia la cuestión de la respuesta, el punto decisivo al que se enfrenta toda persona que sufre. ¿Confiaré en Dios en mi crisis y en el temor que me produce, o me apartaré de Dios amargado y enojado?
Donne decidió que en el sentido más substancial no importaba si su enfermedad era un castigo o simplemente un suceso natural. En cualquiera de los casos, confiaría en Dios porque, al final, la confianza representa el verdadero temor del Señor.
Donne comparó el proceso con el cambio de su actitud hacia los médicos. Al comienzo, mientras hacían pruebas en su cuerpo buscando nuevos síntomas y mientras discutían sus hallazgos en voz baja afuera de su habitación, no podía dejar de sentir temor. Sin embargo, con el tiempo, al sentir su compasiva preocupación, se convenció de que merecían su confianza. El mismo modelo se ajusta a Dios. Muchas veces no entendemos los métodos de Dios ni las razones que se esconden detrás de ellos. Sin embargo, la pregunta más importante es si Dios es un “médico” confiable. Donne llegó a la conclusión de que si lo era.
Muchas personas, como aquellas a las que me dirigí en el funeral de David, no tienen la visión de un Dios digno de confianza. Lo que más escuchan de la iglesia es condenación. Por eso, siguiendo a Donne, me incliné hacia la razón central que tenemos para confiar en Dios: su hijo Jesús. ¿Cómo se siente Dios con respecto a aquellos que mueren, aun como resultado de sus propias transgresiones?¿Acaso frunce el ceño como los hacían los profetas por las calles en los días de Donne, y como insisten algunos en nuestros días? ¿A Dios le importan nuestras pérdidas, nuestro enojo y el temor que sentimos? No necesitamos preguntarnos qué siente Dios porque en Jesús Él nos dio un rostro.
Para saber cómo ve Dios el sufrimiento en este planeta, lo único que necesitamos es mirar el rostro de Jesús mientras se mueve entre los paralíticos, las viudas y los leprosos. A diferencia de otros en sus días, Jesús mostró una ternura poco común hacia aquellos con una historia de pecados sexuales; piense en cómo se dirigió a la mujer samaritana en el pozo, a la mujer de mala reputación que lavó los pies con sus lágrimas y a la mujer que fue sorprendida en el acto de adulterio. En Jesús, dijo Donne, tenemos un gran médico “que conoce nuestras debilidades naturales porque Él las experimentó, y cono el peso de nuestros pecados porque pagó con su muerte el precio de ellos”.
¿Cómo podemos acercarnos a un Dios al que tememos? En respuesta, Donne toma una frase del relato de Mateo sobre la mujer que descubrió la tumba vacía luego de la resurrección de Jesús. Salieron del sepulcro “con temor y gran gozo”, y Donne vio en esto “dos patas: una de temor y otra de gozo” un modelo para sí mismo. Estas mujeres vieron con sus propios ojos la vasta distancia entre el Dios inmortal y el hombre mortal, pero, de repente, fue una distancia que les inspiró gozo. Dios usó su gran poder para conquistar el último enemigo, la muerte. Por esa razón, la mujer sintió a la vez temor y gran gozo. Y por esa razón, Donne encontró al fin un temor del cual no necesitaba asustarse.

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