jueves, 29 de octubre de 2009

Semana de cuidados intensivos

Pensamientos al estar sentado al lado de mi hermano mientras su cerebro y su cuerpo fallaban.


"Te sientas a cenar y la vida como la conoces termina", escribe Joan Didion en memoria de la muerte de su esposo de un ataque al corazón. Todo aquel que ha sufrido una pérdida repentina conoce este sentimiento de caída libre.

La vida de mi hermano no llegó a su fin este verano, pero en una terrible semana de ataques progresivos, su cerebró "apagó" gran parte de su cuerpo. En un viernes, comenzó a experimentar problemas de la vista. El siguiente lunes, se dirigió manejando hasta el doctor, quien lo envió en una ambulancia al hospital local. El martes hablaba con claridad algunas veces y otras hablaba cosas sin sentido. El miércoles podía caminar pero perdió el control sobre su brazo y mano derechos. Para el jueves no podía mantenerse de pie y ni seguir instrucciones sencillas. Una resonancia magnética demostró un daño cerebral significativo.

Cuando llegué el siguiente día, mi hermano apenas podía abrir los ojos y había perdido movimiento en todo su lado derecho. Algunas veces apretaba mi mano apropiadamente cuando le hablaba y lloraba a menudo, así que sabía que tenía algún entendimiento. Luego que se establizó su cerebro, un cirujano abrió una ventana a través de su craneo y en un procedimiento de 6 horas redirigió una arteria del cuero cabelludo al interior del cerebro.

Permanecí toda esa semana en la sala de espera de un hospital, compartiendo con otras familias en medio de las horas de visita. En tal contexto, los extraños se convierten en amigos íntimos. Una madre contaba historias de su hija bipolar cuyo pulmón le había sido removido. La vimos en su fase maníaca, caminando por los pasillos con un dispensador de medicinas, en su fase depresiva, las enfermeras la vigilaban en busca de señales de suicidio.

Solo, siempre con un libro en la mano, el novio de una joven mujer que había tenido una sobredosis de Vicodin se mantenia en vigília al lado de su cama durante tres semanas. Muy cerca, un indio traducía para su esposa: luego de una cirugía en el cerebro, perdió la facilidad para hablar en inglés y solo podía hablar en su lengua materna. Una familia desesperada ponía carteles en los ascensores - ayudanos a salvar la vida de Nick- pidiendo a americanos asiáticos considerar una donación de médula ósea.

Tristemente, algunos pacientes no tenían visitas. Reglas diferentes gobiernan la riqueza y el estatus de un hospital: el dinero no es moneda, sino los visitantes y el amor.

El megáfono misericordioso

La vejez retoma la niñez y las lesiones en el cerebro nos proveen una visión inquietante. La gente usa palabras simples alrededor de ti, y hablan muy fuerte. Necesitas ayuda con tareas sencillas como comer e ir al baño. Luego de la cirugía, estaba eufórico por la habilidad de mi hermano de contar hasta 5 y pronunciar las palabras "feliz cumpleaños". Dos semanas antes, él, un filósofo y gran pianista, había conversado conmigo sobre Nietzsche o Schubert.

Como pequenños pájaros indefensos con los picos abiertos, nosotros sus familiares ansiabamos bocados de esperanza del personal médico. Regresé con un nuevo conjunto de heroes: enfermeras y terapéutas. Jenny de Filipinas, Cristin la rubia tatuada, y aun Mary "la enfermera grande" quien podía voltear a mi hermano con una mano - su alegría y aliento le hacía seguir adelante. Él trato de agradar con afán infantil a los terapéutas que trabajaron en el habla y el movimiento.

Se me ocurrió mientras observada a estos profesionales que subvaloramos severamente el papel de los capellanes y pastores. Ellos, también, ofrecen tesoros de esperanza y consuelo, tocando familias en un momento único de vulnerabilidad y temor. ¿Cuántas juntas eclesiásticas recompensan a los pastores por su tiempo en los hospitales?

El dolor es el megáfono de Dios, dijo C.S. Lewis, una imagen que algunos encuentran problemática si esto implica que Dios causa el dolor a través del cual Él habla. Quizá la imagen del dolor como una trompetilla - el dispositivo cónico que amplificaba el sonido antes de la invención de las ayudas para la audición- es más precisa. En las salas de espera, en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), aún el agnóstico podría respirar aquella oración de una sola palabra: "¡Ayuda!" y la tensión por alguna respuesta.

Mientras trabajaba en un hospicio, mi esposa me comentó la diferencia entre los visitantes que decían "Buena suerte" mientras salían y aquellos que decían "estoy orando por ti" - y lo decían de verdad. Mi hermano probó ser cristiano y decidió que no le funcionaba. En algun nivel se creía a sí mismo maldecido por Dios, imperdonable. En la UCI, sin embargo, apretó mi mano fuertemente cada vez que oraba en su oído, y algunas veces lágrimas corrían de su rostro inmóvil.

Dios puede hablar en tales momentos. Recuerdo cuán importante fue para mi, un maniático del control, confrontar mi propia vulnerabilidad y dependencia luego de romperme el cuello en un accidente automovilístico hace dos años. Salí del hospital en un "aturdimiento de gracia", con una inmensa gratitud por la vida que espero que nunca se desvanezca.

Para los servicios funerales el libro de oraciones comunes incluye la sombría verdad, "en medio de la vida estamos en la muerte". Nada demuestra más la fragilidad y la preciosidad de la vida mejor que una semana en la UCI.


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